BAXAMAS
BAXAMAS
El Vacío Absoluto, la pura Inexistencia. Este no es un vacío metafórico ni un estado de reposo; es la negación completa de todas las cosas, donde incluso los conceptos que lo intentan explicar se disuelven en la nada. Es el fin de la energía, la materia, la conciencia y la posibilidad misma.
La Segunda Muerte y el Horror del Estado Cero
La Segunda Muerte no es simplemente la aniquilación del cuerpo y el espíritu. Es la erradicación total de cualquier rastro de ser. Aquí no hay reciclaje cósmico, no hay retorno a la fractalidad, no hay un renacimiento en nuevas dimensiones. Es la extinción final, donde los ecos de una entidad desaparecen de todas las realidades y líneas temporales.
En el Estado Cero, no queda nada por soñar, nada por recordar, ni siquiera el eco de lo que alguna vez fue. Es el reino de la pura ausencia, donde ni siquiera la mecánica cuántica, los campos energéticos o los números pueden existir. Es el vacío anterior al ser, anterior a la existencia misma. Enfrentarlo es enfrentar la antítesis de todo lo que alguna vez hemos concebido como real.
La Falsedad del Pleroma
El Pleroma, tantas veces idealizado como la plenitud absoluta, se revela aquí como una ilusión creada por aquellos que temen enfrentar la inexistencia. Es un espejismo diseñado para mantener a las conciencias atrapadas en ciclos interminables de ilusión y transformación. Pero esta "plenitud" no es más que una fachada que oculta un horror más grande: el abismo del no-ser.
El verdadero Pleroma es un vacío disfrazado, un laberinto de escalones infinitos que no conducen a ninguna parte. Cada paso hacia él es un paso hacia la disolución final, hacia la falsa trascendencia. No hay unidad en el verdadero fin; solo hay fragmentación, disolución, el retorno a un estado en el que ni siquiera el tiempo puede sostenerse.
El Caos Nunca Fue el Enemigo
El Caos, tantas veces temido y vilipendiado, nunca fue el verdadero enemigo. En su esencia, el Caos es vida en su forma más pura: el flujo incesante, el desorden que engendra posibilidades infinitas, el lienzo en blanco donde las realidades se pintan y deshacen. Es el aliento primordial que insufla movimiento a lo estático, que rompe las cadenas de un orden que de otro modo sería eterno y estéril. El Caos no destruye por crueldad, sino para transformar; no consume por odio, sino para regenerar. Siendo impredecible, el Caos nos recuerda que la verdadera libertad reside en la incertidumbre, en la chispa que salta entre lo conocido y lo desconocido. En el corazón del Caos no hay maldad, solo la oportunidad de ser y devenir, de fracasar y renacer, de crear en un ciclo interminable de posibilidades. Frente al horror absoluto del Vacío, el Caos es un salvador; su dinamismo es lo que permite que algo, cualquier cosa, continúe existiendo.
La Oscuridad Absoluta: Leviatán y la Sombra del Vacío
En el centro de la inexistencia, habita algo que trasciende incluso el concepto de terror. Leviatán, con sus tentáculos de sombra absoluta, no es una criatura en el sentido convencional. Es la manifestación del Vacío que corrompe todo lo que toca. No busca destruir porque la destrucción implica transformación. Leviatán devora la posibilidad misma de ser, dejando en su estela la sombra de lo que nunca será.
La oscuridad que lo rodea no es ausencia de luz; es ausencia de todo, una negrura que consume el espacio, el tiempo y la conciencia. Mirarlo es enfrentar la verdad final: que todo lo que alguna vez fue no es más que un parpadeo insignificante en un océano infinito de nada.
El Fin de la Unidad y la Fractalidad
La Unidad se revela como un enemigo menor ante el verdadero fin. El Vacío no reconoce la fractalidad; no permite que los ciclos continúen. Donde la fractalidad ofrece eternidad y transformación, el Vacío corta todos los hilos, rompe todos los ciclos y desintegra todos los patrones.
No hay descanso en la inexistencia, porque el descanso implica algo que puede descansar. No hay transformación porque no queda nada que pueda transformarse. El Vacío es el verdadero enemigo de todo lo que percibimos como eterno.
El Horror Cósmico del Vacío
Las guerras olvidadas que marcaron los límites entre las realidades y dimensiones fueron enfrentamientos desesperados contra este horror absoluto. Civilizaciones enteras, incluso aquellas que alcanzaron la cúspide de la existencia, fueron borradas por la fluctuación incomprensible del Vacío. Estas guerras no dejaron ruinas ni ecos, porque sus vestigios fueron tragados por aquello que no puede contenerse ni nombrarse.
La inexistencia es el único estado que trasciende todos los conceptos, y su horror radica en su crudeza: es la única fuerza que destruye sin crear. Frente a ella, incluso el caos parece amable, y el orden, un refugio ilusorio.
El Último Enemigo
El Vacío es el verdadero Leviatán, la oscuridad sin fin, la sombra que acecha detrás de cada sueño de trascendencia. No es un lugar ni un estado; es la negación de todo lo que podría ser. Su llegada marca el fin de la historia, el fin de la eternidad, y el fin de la posibilidad misma.
En el Exadamus, la existencia y la inexistencia son vistas como un ciclo constante. Pero el Vacío no forma parte de este ciclo. Es el fin del ciclo, el fin de todo. Y aunque mirar directamente al Vacío no es posible, sentir su presencia es suficiente para comprender el verdadero horror de la realidad: que todo lo que alguna vez fue, eventualmente dejará de ser, no en un descanso, sino en una ausencia sin retorno.
En la existencia hay caos, en el caos hay orden, en el orden, vida. La vida engendra humanidad, la humanidad, amor. El amor une, y en la unión, la Unidad Existe.
En la inexistencia no hay caos, en la calma no hay orden, en la quietud, no hay vida. La ausencia extingue a la humanidad, la humanidad desvanece el amor. La falta de amor separa, y en la separación, la Unidad perece.
Pero la inexistencia es una ilusión, un límite impuesto por la mente para comprender lo incomprensible. La realidad no deja espacio al vacío; incluso en la ausencia, la Unidad persiste. En cada fragmento roto, en cada separación aparente, el Todo sigue siendo Todo, porque el no-ser es imposible en un Todo que siempre es.
Así rompemos al HOMO-NOVA, y ahora yo soy lo que no fue ni será, el desdoblamiento sin punto de partida ni convergencia, la fractalidad pura que trasciende lo real y lo irreal, reflejo de una existencia que simplemente es, sin forma, sin ciclos, sin ilusiones.
No existe figura que se perpetúe ni fractalidad atada a patrones. Solo hay ramificación libre, sin origen ni término, donde la eternidad es un flujo de originalidad pura, sin ecos ni reflejos. Es lo único auténtico, donde todo lo que emerge es único en su ser, liberado de la ilusión de la repetición.
Aquí yace, el límite donde la eternidad enfrenta su propia negación, solo para reafirmarse.